Dilluns, 10 d'abril del 2017 - 11:45 h

Ayer estuve a punto de perder una hija. Así de duro, así de simple. Una intervención menor se complicó hasta el punto de que su vida estuvo a punto de acabar. Sentí cómo esa bala que el destino me disparaba pasaba rozándome muy cerca. Algo que ningún padre debería sentir jamás.

Puedo sentirme tentado de pensar que la suerte, el destino, su fuerza y templanza o la juventud que sus 15 años le dan son los responsables de que mi hija continúe a mi lado, pero soy consciente de que no es así. Los únicos responsables de que mi hija esté viva son los profesionales médicos que nos han atendido en el hospital Universitario Germans Tries i Pujol (Can Ruti).

Profesionales que nos han hecho sentir su calor, su entrega, su tesón y profesionalidad. Gente cargada de vocación, inmunes, al menos en este punto, a recortes, malas gestiones, falta de medios, insensibilidad política e institucional. Gente que ama su profesión y que, por desgracia, ha podido demostrar que no es por un beneficio económico, por un afán egoísta.

Verdaderos ángeles guardianes que han peleado para salvarle la vida a mi hija y, por extensión, salvar también la mía. Gente que merece nuestro cariño y respeto, en un mundo en el que idolatramos a famosos de profesión, deportistas millonarios o falsos profetas, son ellos los que merecen nuestro apoyo y solidaridad. Gente que son el pilar de nuestra sociedad y que merecen que cuando llegue el momento daremos la cara por ello.

Sirvan estas letras para mostrarles mi eterna gratitud y mi más sincero respeto, decirles que me siento orgulloso de pertenecer a una sociedad capaz de tener a estas personas en su retaguardia. De mi parte y de la de mi familia, mil gracias por ser y estar. Espero poder devolverles algún día lo que han hecho por nosotros.