Dijous, 4 de maig del 2017 - 09:15 h

Barcelona se está convirtiendo en una ciudad puntera en materia de urbanismo y movilidad. De la 'Superilla' se ha hecho eco la prensa mundial que mira a proyectos europeos de este tipo como la senda a seguir para las ciudades del futuro. Además, Barcelona cada vez muestra mejores cifras de movilidad: el uso de la bici va al alza gracias a los nuevos carriles bici, y el uso del transporte público está tirando a lo alto en la media europea para ciudades medianas y grandes. Sin embargo, la excepcional densidad de población de Barcelona también implica unos problemas de tráfico excepcionales y la necesidad de un transporte público excepcional.

Por tanto, aunque tenemos un transporte público de excelencia a nivel mundial, no deja de ser muy necesario seguir avanzando firmemente para superar este reto de la contaminación y convivencia en la ciudad, pues es todavía un lastre el hecho de que en los años 60-70 la ciudad se planificara pensando primordialmente en el automóvil. Y así, nos encontramos aberraciones como el cruce Diagonal-Aragó, con sus 16 carriles.

En ese sentido, cuesta describir la frustración que genera ver el esperpento que se ha generado al voltante de un proyecto tan fundamental como el del tranvía. El tranvía tiene el potencial de convertirse en un potentísimo transporte suburbano, comparable más bien a los FGC que a un bus urbano como tantos se empeñan en hacer: su capacidad es más cercana a la de los trenes de la línea del Vallès que a un bus, y proporciona una extensa cobertura suburbana en ocho municipios además de Barcelona.

¿Cómo puede ser que estemos dispuestos a dejar pasar de largo la oportunidad de tener un tranvía suburbano con 33 km de extensión? Sería casi el doble de la L5 del Metro. En cambio, ahora tenemos unos tranvías que son poco más que una lanzadera hasta el Metro, y como tal, pierden mucho atractivo.

No puedo entender cómo una ciudad que está a la vanguardia mundial en tantos sentidos puede, al mismo tiempo, mostrar una percepción tan provinciana ante el tranvía, actitud que tristemente recuerda a la oposición que hubo en su día ante el primer ferrocarril de España, la línea Barcelona-Mataró, que generó muchos recelos, aunque evidentemente se convirtió en un éxito histórico que hoy todos conocemos. Estamos cayendo en la trampa de unos argumentos completamente falaces, solamente porque nos han metido el miedo en el cuerpo a que por perder un par de carriles se vaya a colapsar el tráfico, algo que se ha augurado decenas de veces pero jamás ha ocurrido ni ocurrirá ahora.

¿Donde está esa Barcelona innovadora e igualitaria que se atreve a probar cosas nuevas en lugar de empecinarse en lo de siempre, y que no ha dado la talla (como se puede observar con el despropósito de la L9)? ¿De verdad vamos a ser una ciudad provinciana que dejaremos un tranvía a medio implantar, con las molestias que eso supone para los usuarios, por unos arcaicos y lamentables miedos a algo tan consolidado en cientas de ciudades como lo es un tranvía?