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Más que aplaudir gestos aislados, deberíamos preguntarnos si no es más justo que las grandes fortunas pudieran contribuir de manera continua a mejorar los servicios públicos, como salud o educación, a través de mecanismos que beneficien de forma estable a la sociedad. Esto no quita mérito a las donaciones, pero quizás una aportación constante y proporcional lograría un impacto aún mayor y más duradero en la calidad de vida de todos.