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"En Barcelona hemos elevado el arte de la queja a niveles insospechados"

Escolares con una pancarta contra el cierre de patios por ruido, en Barcelona.

Escolares con una pancarta contra el cierre de patios por ruido, en Barcelona. / JORDI COTRINA

En Barcelona, la protesta no es solo un derecho, es un pasatiempo olímpico. Y lo mejor es que no hace falta elegir causa, aquí nos quejamos de todo y de lo contrario al mismo tiempo. La coherencia es un concepto sobrevalorado. Queremos que nuestras tiendas y negocios prosperen, pero también exigimos que los turistas desaparezcan, incluso de la Sagrada Família, porque al parecer su presencia allí es una afrenta personal.

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Nos quejamos de que la vivienda es cara, pero al mismo tiempo nos oponemos a cualquier nueva construcción porque "destruye el alma del barrio". Nos molesta el tráfico denso, pero aplaudimos cada nuevo programa de 'Obrim carrers' y 'superilles' que lo vuelve aún más caótico. Queremos coches baratos, pero que sean ecológicos y sin importarlos de China porque, claro, hay que proteger la industria local.

Los robos nos indignan, pero si alguien osa detener a un ladrón con excesiva energía, entonces también nos parece fatal. Y, por supuesto, el transporte público es ineficiente, pero queremos que sea prácticamente gratis o subvencionado al 99% por algún ente divino.

Si todo esto fuera poco, también hemos elevado el arte de la queja a niveles insospechados. Nos molesta que las cotorras hagan ruido (¿qué se creen, que pueden comunicarse entre ellas sin nuestro permiso?) y que los niños jueguen en el patios de los colegios y que merienden en los parques (¡el colmo de la desfachatez infantil!).

Nos irrita que los perros lleven bozal porque "pobrecitos", pero si van sin bozal también es un escándalo. Y por si fuera poco, el sol tiene la osadía de brillar y darnos en la cara sin consultarnos antes. Exigimos una solución inmediata.

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