"Hay que evitar que desaparezcan aquellas profesiones artesanas tan imprescindibles"

El otro día se me rompió un zapato. No pasaba nada, porque sabía que lo tenía que llevar al zapatero. Pero no hablo de esas tiendas que venden calzado sino de esos oficios que se dedican a su reparación. De esos negocios familiares que pasan desapercibidos ante el futuro laboral de los jóvenes pero que resultan imprescindibles para la vida cotidiana y que curiosamente siempre están saturados de trabajo.

Ya no hay quien quiera ser cerrajero, o que te arregle el tacón de una sandalia. Ya no hay quien quiera hacer el bajo de un pantalón o coser un botón. Hablo de esos negocios locales, esos de toda la vida, que algún día bajarán la persiana y no habrá un sucesor que siga con ese trabajo.

En la España más rural, los jóvenes van a la capital a formarse y convertirse en ingenieros, médicos o abogados. Algunos optan por un ciclo formativo que acompañe esas profesiones. Y son una pequeña minoría los que quieren abrir su propio negocio de profesiones artesanales, como el afilador de cuchillos. Algún día se dejará de escuchar para siempre en nuestras calles esa flauta que avisa de su llegada.

Son profesiones que la inteligencia artificial aún les queda lejos pero que se ven en peligro de extinción por el miedo, a lo mejor, de ser autónomo o por la falta de formación. Es cierto que en las grandes ciudades hay este tipo de negocio convertido en una cadena o más automatizado, pero no llegará a los pueblos o las ciudades más pequeñas y estas se verán cada vez más despobladas de servicios.

¿Cómo queremos que sea nuestro futuro? ¿Uno que siga avanzando a pasos agigantados, sin detenerse a valorar el pasado, o uno en el que el saber tradicional y el progreso puedan coexistir armoniosamente?