"Mi homenaje a esas personas que, pese a su vejez, siguen teniendo curiosidad infantil"

Caminar por el pueblo en estas épocas invernales es como caminar por un desierto; las mismas pocas caras, las mismas pocas voces. Salir, comprar el desayuno, andar unos minutos y volver a casa para escribir. Una rutina privilegiada en un entorno privilegiado como lo es Cadaqués.

En mis cortas caminatas siempre aparece uno de los personajes más emblemáticos del pueblo, Andreu, que a sus 90 y tantos años mantiene un físico envidiable y una sonrisa encandiladora. Si dicen que la edad encoge, con él, el paso del tiempo no ha podido ni con su altura, ni tampoco con su alma.

"Adeu Andreu", le digo siempre al pasar por su lado esperando una sonrisa tímida que automáticamente se dibuja en su cara. Cuando nos cruzamos, tras mi juego de palabras, Andreu me explica alguna cosa, siempre me deja un comentario relacionado con lo cotidiano que es donde residen las respuestas de la felicidad; lo rápido que pasa el tiempo, el sol que hace o el frío que tanto le gusta porque dice que bajo el frío se respira mejor.

Mientras todos nos quejamos del calor, del invierno, del ruido o del silencio, él siempre tiene una visión positiva de todo lo que le envuelve. Ese sea quizás el truco para mantenerse joven, para envejecer lentamente y alejarse de la parca. Mientras me habla, sus ojos provectos, bondadosos y sabios están vigilantes de lo que ocurre a su alrededor.

Escribo sobre Andreu porque quiero rendir un homenaje a personas como él, esos hombres y mujeres admirables que a pesar de la vejez siguen teniendo la curiosidad de un niño de parvulario, sobre esas personas magnánimas, vividoras, divertidas, sabias y auténticas.

Pues eso, que esta mañana, Andreu, tras mi juego de palabras, me ha recordado feliz, que ya queda poco para la primavera.