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"Somos muchas las mujeres que escribimos, pero en los escenarios grandes no hay sitio para todas"

"Somos muchas las mujeres que escribimos, pero en los escenarios grandes no hay sitio para todas"

JORDI OTIX

Anne Bogart, directora de escena norteamericana, escribió: "El teatro no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo con el que darle forma". La frase me volvió días atrás, mientras salía del teatro con una mezcla de admiración y cansancio. La obra era excelente, el texto potente. El autor, una vez más, un hombre.

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Lo curioso no es que fuera bueno, sino que lo fuera con el privilegio de la visibilidad. Porque en los escenarios grandes sigue sin haber sitio para todas. Pienso en la cantidad de mujeres que han escrito teatro desde las sombras. María Lejárraga escribía mientras su marido firmaba. Sarah Kane dejó un eco brutal en pocos años de vida.

Y hoy, muchas dramaturgas -jóvenes, brillantes, incómodas- apenas ocupan espacios secundarios en festivales o programaciones marginales. La historia literaria también ha funcionado así: canon masculino, excepciones femeninas. El genio se presupone en ellos. En nosotras, hay que justificarlo.

Y sin embargo, hay algo irrebatible: las mujeres escribimos. Escribimos con rabia, con humor, con ternura. Escribimos obras que no siempre encajan, pero que retumban. La igualdad en la cultura no es solo cuestión de números. Es cuestión de quién tiene el martillo en la mano.

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