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"La política exterior es utilizada ahora como munición para el combate interno"

VIsita oficial de Pedro Sánchez a China

VIsita oficial de Pedro Sánchez a China / ANDRÉS MARTÍNEZ CASARES / POOL / EFE

Hace meses que Sánchez previó su viaje oficial a China. No fue improvisado. No responde a ninguna provocación geopolítica. Sin embargo, un beligerante y vengativo Trump cambió el contexto. En medio del aumento de tensiones comerciales entre Estados Unidos y el resto del mundo, especialmente con el gigante asiático -con advertencias tan torpes como la del secretario de Estado estadounidense, quien aseguró que «acercarse a China sería como cortarse el cuello»-, la visita del presidente español se ha convertido para los carcas en una supuesta traición.

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Olvidan que España es un país soberano. No puede -ni debe- plegarse a los designios de ninguna potencia extranjera, por muy aliada que sea. Lo que hace Sánchez no es otra cosa que ejercer una política exterior autónoma, responsable y, en este caso, también alineada con la UE, como abanderado de una posición común europea, en contacto directo con Von der Leyen, que pronto también visitará China.

No es la primera vez que un presidente del Gobierno español pisa suelo chino para reforzar lazos comerciales. Aznar lo hizo. También Rajoy. Incluso Feijóo. Si Sánchez hubiera cancelado el viaje por presión estadounidense, también lo habrían acusado de rendirse a intereses ajenos. Y eso es precisamente lo que está en pasando: una visión instrumental de la política exterior, utilizada como munición para el combate interno.

Es muy preocupante el tic automático con el que el PP responde a cada movimiento del Ejecutivo. No hay análisis, ni propuesta alternativa. Solo crítica automática, desgaste constante, falta de respeto. A esto se suma el discurso aún más estridente de Ayuso, que convierte todo en nauseabundo campo de batalla ideológico, donde rinde pleitesía al poderoso y pisotea al débil.

España no puede permitirse ese tipo de política. Y menos cuando el tablero internacional exige inteligencia estratégica, autonomía y visión a largo plazo. La soberanía se defiende con hechos, no con discursos huecos, banderitas ni pulseritas.

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