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"En el día a día, la prisa y el estrés han tomado las riendas de nuestras vidas"

Peatones, patinete elécrico y bici cruzando una calle en Barcelona,a finales de agosto pasado.

Peatones, patinete elécrico y bici cruzando una calle en Barcelona,a finales de agosto pasado. / Manu Mitru

Por las calles de Madrid, en los vagones del metro, en los parques o en las cafeterías, no puedo evitar fijarme en algo que se repite una y otra vez: las caras largas. Rostros serios, miradas cansadas, ceños fruncidos. Es una imagen que parece haberse extendido por todas partes, no solo en Madrid sino en cualquier rincón donde la prisa y el estrés han tomado las riendas de nuestras vidas.

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Corremos sin parar, siempre con la sensación de llegar tarde, de tener que cumplir con todo. Este ritmo vertiginoso nos roba no solo el tiempo, sino la energía para disfrutarlo. Y junto con ello, nos volvemos más intolerantes, reaccionamos con ira a la mínima chispa, incapaces de tomarnos una pausa para comprender al otro.

Sin embargo, aún hay destellos de esperanza: una sonrisa inesperada, un músico callejero, un niño jugando... Pequeñas conexiones que nos recuerdan que no estamos solos. Las caras largas son un síntoma, pero no un destino. Quizá sea hora de frenar, de levantar la mirada y de recordar que, detrás de cada rostro apagado hay una historia que merece ser entendida. Y, a veces, basta con un pequeño gesto para iluminarla.

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