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"Trabajar menos horas no implica trabajar menos, sino trabajar mejor"

"Trabajar menos horas no implica trabajar menos, sino trabajar mejor"

La idea de una semana laboral corta adquiere fuerza, no solo como reivindicación laboral, sino como herramienta de transformación social. Reducir la jornada a 35 horas semanales o menos no es una utopía: ya es habitual en países como Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Austria, Finlandia, Bélgica, Suiza, Irlanda y Noruega. Y no, su productividad no es inferior a la nuestra. Al contrario, son algunos de los países más competitivos del mundo, con economías estables y altos niveles de desarrollo humano.

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Uno de los grandes beneficios de esta medida es el incremento de la productividad. Al trabajar menos horas, las personas están más descansadas, enfocadas y motivadas. Está demostrado que jornadas más largas no equivalen a mayor eficiencia; a menudo se traducen en fatiga y menor rendimiento. Sin embargo, una jornada más corta favorece el bienestar emocional y se trabaja más alegre.

Disponer de más tiempo para uno mismo, para compartir con la familia, para socializar o simplemente descansar, tiene un impacto directo en la calidad de vida y, por tanto, en el trabajo. Como sociedad, debemos avanzar hacia modelos donde el tiempo de ocio, familiar o con amigos sea un derecho y no un lujo.

Desde el punto de vista social, la reducción de la jornada laboral es la mejor medida para conciliar vida personal y profesional. Es una herramienta poderosa para construir sociedades más igualitarias, donde las personas no tengan que elegir entre su carrera o su vida personal.

En definitiva, trabajar menos horas no implica trabajar menos, sino mejor. Apostar por una semana laboral más corta es una decisión inteligente, tanto económica como socialmente. Ya se ha demostrado en otros países. ¿A qué esperamos?

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