Los cobardes nos hacemos columnistas
Qué fácil es hacer esto: abrir los titulares, elegir dos o tres insensateces de entre el ramillete florido con el que desayunamos cada mañana escuchando radios, leyendo columnas con ideas que envidiamos ("tendía que haber escrito yo sobre esto"), mirando mesas de debate político cromáticamente similares, ideológicamente insignificantes.
Qué cómodo es sentarme aquí a hablar con vosotros, en mi terreno conocido y seguro que es este teclado, la mesa que hace de comedor y de oficina (cada vez más al unísono), la silla incómoda que a base de ponerme de pie y volverme a sentar miles, millones de veces en pocos meses se ha hecho a mi cuerpo quejumbroso.
Qué irrelevante pueden llegar a ser los minutos ante un documento en blanco mientras sorbo un poco de té humeante de mi taza preferida y espero para ir a una fiesta de cumpleaños sorpresa. Ya he ensayado el gesto, no defraudaré a nadie.
Qué puta es la vida.
Y qué bien os la explicamos algunos, ¿cierto?: exactos en el dato unos, ingeniosos en la comparativa otros, reivindicativos, personalizados, popes de lo correcto, provocadores en lo incorrecto: de todo hay en estos días entre tanto digital y blogosfera. A unos nos leéis más, a otros menos. Pero quién más quien menos reflexiona hoy en día. Y mira que es difícil guardar un pensamiento cuando te quema en el estómago.
Qué ingenuos o presuntuosos somos también al pensar que quinientas, mil palabras y un titular ácido harán girar el eje e las cosas. Un periodista con poco sentido de la sociabilidad pero gran olfato para contar lo que hay que contar me dijo hace poco que la opinión no importa en un medio. Que es ruido que completa una oferta informativa ineficaz o pobre. "Añadido a que, hablar desde posicionamientos de izquierda o centro izquierda es demasiado fácil estos días, el mérito es mínimo" añadí yo mirando mi propio ombligo.
Esta semana ha caído en mis manos el vídeo del desalojo de Amaya. Catorce extensos minutos grabados y editados por un medio digital, Periodismo Humano. No es muy diferente a los muchos, muchos que hemos visto en ya cinco años de crisis. Quizá sea destacable la edición, hecha la crudeza profesional del que sabe que no hay que meter violines ni ralentizar imágenes para que miremos.
Que un "que se vayan por favor, no aguanto más, solo diles que se vayan…" tras la puerta queda grabado en la retina sin aditivos. Que la voz fuera de cámara de una activista de Stop Desahucios con un rollo de plástico intentando tapar los muebles que quedan en la calle bajo la lluvia es suficiente para imaginar nuestro sofá sin un salón que lo acoja. Escuchamos un tono dulce que intenta transmitir serenidad: "Por aquí, tapa por aquí, que no se le moje nada".
Algunos escribiremos sobre el vídeo. Esto es lo que se llama romper la cuarta pared o pantalla en este caso y dejaros entrar a tiempo real en el texto. ¿Veis? Yo lo estoy haciendo ahora, ya os tengo leyendo a mi lado. ¿Oléis el té negro que aromatiza la habitación? Aún queda un poco, os hago uno en un momento, si no es molestia.
Y recuerdo:
'Today, my body was a TV’d massacre made to fit into sound-bites and word limits.
And just give us a story, a human story.
You see, this is not political.
We just want to tell people about you and your people so give us a human story'.
La activista y artista palestina Rafeef Ziadah avergonzó al mundo periodístico hace dos años con este poema. Hoy lo tengo presente al pensar en Amaya. Porque su historia, esa historia humana de la que muchos hablaremos en como mucho 1.200 caracteres al igual que le piden a Rafeef, también ha sido televisada. Dice la activista que cuenta cien muertos, doscientos muertos, mil muertos en los asedios a Gaza y después ensaya y enseña su sonrisa no exótica, su sonrisa no terrorista para que la prensa escuche.
¿De cuántos desahucios tenemos que hablar nosotros: tenemos ya cien, doscientos, mil dramas como el de Amaya en la memoria?
'Is anyone out there, will anyone listen?'
Las imágenes de este desahucio tienen creo un efecto boomerang indeseado: es deshumanizador. Somos más que capaces de verlo entero, no parpadear en según qué momentos para cambiar el foco de atención en cuanto termine a causa de algo tan injusto como es la repetición de las historias sin rostro, la insistencia en el drama ya somatizado. Hoy no vengo a hablar de quién aprobó esta ley o aquella en el Congreso, qué partido considera esto lo lógico en la sociedad individualista del sXXI, o indecente en una comunidad de ciudadanos que se construyen unos junto a otros. Sabéis de sobra quién es quién y desde luego que es básico entender si son los unos o los otros los que legislan. Sin embargo, hoy la cosa va del umbral del dolor de cada cual cuando mira, lee y escucha. Sin siglas, que no siempre son necesarias. La declaración de los DDHH no tiene dueño político, ¿cierto?
Qué puta es la vida, decía.
Y qué bien os la interpretamos algunos que pontificamos sin movernos demasiado. Yo no conozco a Amaya, no sé si se acomodó en la burbuja inmobiliaria, si fue irresponsable de firmar sin leer, quiero decir: si ejerció su derecho a equivocarse como tú, como yo, como cualquiera. En el vídeo no se explica si estamos ante un alquiler o una ejecución hipotecaria. Desconozco si, de ser así y pudiera hablar con ella, me contaría que la dación en pago le serviría para no llevar la condena de la insolvencia de por vida a la espalda. La echarían igual sí, pero tendría una oportunidad de volver a intentar una vida digna. Y de estar alquilada, si tendrá opciones inmediatas en su ámbito cercano (amigos, familia) o posibilidades de acceder a una vivienda social. Tampoco sé si tú que estás conociendo su historia ahora piensas que no es tan grave su situación y que cada uno tiene que asumir las consecuencias de sus actos y purgar pecados.
No lo sé porque yo solo escribo aquí. No me levanté a las cuatro de la madrugada para empujar con ella un colchón contra una ventana o más aún, no he pasado la noche acompañándola, esperando a que más de cien antidisturbios la amenacen con echar la puerta abajo (más de cien, no me equivoco), criminalizándola como bonus extra añadido a la humillación de verse en la calle. Tengo mi propia carpeta de disculpas y excusas preparada para cuando me preguntéis. Insostenibles me temo, pero ahí están.
Los que van son red y yo soy columna (de ahí columnista). Ellos horizontales, yo vertical. Me pregunto cual de los dos sistemas hará que las ideas lleguen más lejos, suban más alto y sean más resistentes al viento que borra las palabras cada veinticuatro horas.
En definitiva que aquí estoy escribiendo de ella. ¿Servirá de algo? ¿Más que el vídeo en sí? ¿Menos? Tampoco tengo mucho más tiempo, me esperan en un bar. Pero yo no sé nada, no os he dicho nada. Hoy es el día que me toca que me quieran por sorpresa.
Mañana os hablaré de otra cosa desde este mismo sitio protegida, convencida de que me creéis valiente.
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