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Son muchos los comentarios y reflexiones que ha suscitado el Plan de ajuste fiscal del Gobierno francés de Manuel Valls. Unas sugieren similitudes con la realidad española, otras se refieren a la política interna francesa, pero pocas sitúan el epicentro del debate allí donde está, en la dificultad y necesidad de construir una alternativa europea a la política hoy hegemónica.

En España se está prestando atención a las similitudes políticas entre la decisión del gobierno socialista francés y las medidas adoptadas por Zapatero en mayo de 2010, rompiendo con las reiteradas promesas vertidas hasta una semana antes. También se hace hincapié en que estos planes de ajuste rompen con los compromisos con los que los gobiernos respectivos se presentaron a las elecciones. Sin olvidar que perjudican especialmente a sectores sociales que configuran buena parte de sus bases electorales y le preparan el camino a la derecha.

Hay una similitud entre España y Francia que derriba fronteras políticas. Manuel Valls se ha justificado con el mismo argumento reiterado por Rajoy desde 2012: "Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades". Reconozco que me ha repateado la boca del estomago escucharlo de boca de un dirigente socialista. Nadie duda que construir políticas alternativas frente a unos mercados financieros con mucho poder económico y político no es fácil. Pero esta dificultad no debería implicar la indistinción política y menos la ideológica. 

Que derecha española y socialistas franceses utilicen indistintamente los mismos argumentos para justificar el ajuste fiscal puede obedecer a dos causas. Que la cultura judeo-cristiana de culpar a la víctima, antes de castigarla, para promover su resignación, ha impregnado hasta el tuétano nuestra civilización. O que, como también sucede en España, la colonización de las mentes de algunos "gestores" políticos de la izquierda por parte de la ideología derechista es muy profunda.

En todo caso lo que parece más relevante de la decisión del tándem Hollande-Valls es la renuncia a construir políticas alternativas en el marco de la Unión Europea. A estas alturas de la crisis ya debería ser evidente que la posibilidad de construir alternativas al "austericidio" actuando solo - resalto lo de solo- en el terreno de las políticas nacionales es muy limitada. La fuerza de los mercados financieros globales, acompañada de la presión de instituciones ademocráticas como la Troika es muy poderosa. 

Por eso y por el peso de Francia, mucha gente en la UE saludó los compromisos de Hollande en las Presidenciales para reorientar las políticas de la UE. El más importante, exigir a Merkel y a Bruselas una rediscusión del Pacto de Estabilidad Europeo, la clave de bóveda ideológica y política del austericidio - austeridad suicida-. 

Desgraciadamente su compromiso duró una semana. El tiempo que Hollande tardó en negociar su adhesión acrítica al Pacto de Estabilidad sin tocar una coma, a cambio supuestamente de un inconcreto incentivo al crecimiento y del manoseado Plan de Empleo Juvenil. Una coartada, la del Empleo Juvenil, que por cierto, también le sirvió a Rubalcaba en Junio del 2013 para pactar en el Congreso la política española en la UE. Lo de la estrategia europea de empleo joven es especialmente obsceno en términos democráticos. Se trata de un compromiso que desde el 2012 han sacado a pasear en seis ocasiones consecutivas los Jefes de Estado y de Gobierno en las conclusiones de sus Consejos Europeos -ordinarios y extraordinarios-. Un compromiso con pocos recursos frescos, menos concreción, que en España aún está virgen, pero que ha sido utilizado como la gran coartada para lavar la cara al ajuste fiscal.

No hay salida socialmente justa a la crisis en Europa si no se construye un polo alternativo y fuerte a las políticas dominantes en la UE. Los países del Sur estamos especialmente interesados en ello, por el coste humano y democrático que nos está suponiendo las injustas políticas de ajuste fiscal, pero necesitamos más fuerza para conseguirlo. Por eso era importante el papel del Gobierno francés.  Medidas imprescindibles como la renegociación de la deuda privada - previo expurgo de su legitimidad- y la mutualización de la deuda pública son políticas que ya comienzan a defender hasta los sectores más lúcidos del sistema, para evitar entrar en un período largo de desangramiento social. 

Pero son muchos los obstáculos que se oponen a ni tan siquiera modular la orientación de las políticas. Como siempre en la UE, constituyen una mezcla de intereses económicos de clase y nacionales, con una potente argamasa ideológica. Hay una minoría que pretende salir indemne de la crisis, a pesar de ser los que la han provocado con su codicia sin límites. Hay también intereses nacionales y no solo de Alemania, que defienden el espejismo de los países del centro y norte de Europa saliendo de la crisis a pesar de formar parte de una UE herida por los cuatro costados.

Y junto a ello, la defensa a ultranza de una ideología basada en la primacía de los mercados, en los perjuicios de un exceso de regulación pública, en la necesaria reducción del papel del Estado. En el fondo esta es la batalla central, que sean los mercados financieros y no la sociedad organizada políticamente quienes ostenten el gobierno real y el poder político.

Frente a ello, la crisis ha confirmado la fragilidad de las soberanías nacionales - a pesar de que en España y en Catalunya sigamos insistiendo en un conflicto, cuanto menos ucrónico-. 

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Hoy solo resulta posible mantener el Estado social en Europa si somos capaces de construir una política alternativa en el seno de la UE. No nos podemos permitir la ingenuidad de pensar que Francia, Italia, Grecia, España o Catalunya pueden llevar estas batallas de manera autárquica. 

Por eso lo que me parece más grave de la decisión de Hollande-Valls es la renuncia definitiva a construir esta alternativa europea. Y por eso, las elecciones europeas del 25 M devienen tan trascendentes, como nunca antes en la historia de la UE.