3
Es llegeix en minuts

La Unión Europea vive asediada por una tecnocracia conservadora que ha impuesto, desde el inicio de la actual crisis, un cóctel económico demoledor en forma de austeridad (recortes), devaluación interna (empobrecimiento vía reducción salarial) y política monetaria restrictiva (una enfermiza obsesión por la inflación). Con el pretexto de salvar el euro hemos acabado sacrificando a los europeos.

La consecuencia; en Europa hay hoy 125 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social, y una desigualdad insoportable sigue creciendo no sólo entre los países sino también dentro de los propios Estados. A su vez, aumenta la enorme desafección política que sienten los ciudadanos europeos respecto a sus representantes, y la situación social corroe la confianza en las instituciones, el futuro y los proyectos colectivos.

La crisis de representatividad se agrava y la percepción de vivir en una democracia de baja intensidad aumenta. Los partidos tradicionales son los que más sufren este desgaste. Los límites políticos auto-impuestos a los gobiernos nacionales por la actual correlación de fuerzas europea, con una robusta mayoría de la derecha, refuerzan esta percepción.

Y es en este escenario de desazón, de falta de confianza y sensación de oscuridad es en el que aparecen de nuevo los monstruos de Europa: extrema derecha en forma de populismo, repliegue identitario o racismo. En los mercados políticos europeos cotizan al alza los mercaderes del miedo y el odio.

Los buenos resultados obtenidos por el Frente Nacional en las recientes elecciones locales francesas son solo un ejemplo más. El partido liderado por Marine Le Pen ha logrado 14 alcaldías, en unas elecciones que han batido un nuevo récord de abstención: 37,3%. El pasado 19 de marzo, en las elecciones locales holandesas, el partido xenófobo y anti-islam de Geert Wilders (PVV) obtuvo buenos resultados en las dos ciudades donde se presentó: Almere y La Haya que acabaron con un bochornoso espectáculo racista protagonizado por el propio Wilders como celebración.

¿Y a qué escenario nos enfrentamos de cara a las próximas elecciones europeas? El auge de estos partidos populistas y eurófobos, junto con un alto índice de abstención, puede tener consecuencias muy peligrosas para el proyecto europeo. Con resultados en sondeos pre-electorales excepcionales en muchos países, especialmente en Francia, Holanda y Reino Unido, acuden al Parlamento como auténticos caballos de Troya, dispuestos a dinamitar el proyecto comunitario desde sus entrañas. Y teniendo a su alcance la posibilidad de formar un grupo parlamentario propio, ganando en visibilidad, influencia y financiación. Pero lo que es peor, dinamitando de esta forma cualquier debate público racional y razonable sobre los graves problemas que acechan al continente.

En estas circunstancias recae sobre la izquierda, y la socialdemocracia europea en especial, una enorme responsabilidad. Desde la auto-exigencia, la humildad y el reconocimiento de errores cometidos durante la gestión de la crisis, tenemos en nuestras manos la posibilidad de dar un vuelco electoral a las ineficaces e injustas recetas aplicadas durante la misma y modificar el campo de decisión de los estados europeos. Despertar la razón. Proyectar la obligación de situar las herramientas del estado-nación del s.XX hoy a nivel europeo: estándares laborales, salario mínimo, servicios básicos garantizados, armonización fiscal o un potente presupuesto federal capaz de incentivar el crecimiento, la creación de empleo o re-industrializar la Europa meridional.

Notícies relacionades

Porque esta es la única forma de salvaguardar nuestros maltrechos avances sociales. Todo ello en las primeras Elecciones Europeas en las que elegiremos al Presidente de la Comisión y siendo los socialistas de la mano de Martin Schulz los únicos capaces de construir la alternativa que Europa necesita y los europeos merecemos.

Si no lo hacemos, la búsqueda de chivos expiatorios continuará y la mismísima construcción europea entrará en peligro. Porque el proyecto europeo no era tener un lugar donde compartiéramos el color de los billetes sino la creación de un espacio de dignidad compartida.