Los listos del haba
¡Oh, por allí viene! ¿Qué es ese espectro trasnochado? ¿Acaso un perro verde o un lagarto colorado? No, es un cargo: público y aforado.
Demasiado acostumbrados a la exuberancia del robo, en un país con alta nómina de ladrones, la machaconería volcánica de la erupción corrupta termina por mitigar, a fuerza de reiteración, el impacto bárbaro de quienes se llenan la boca de leyes y democracia, y los bolsillos de pasta birlada. No hay semana sin escándalo. Así, los cuerpos de los honrados –por convicción o impotencia– van moldeándose a la medida exigida por los facinerosos, hasta tomar la acomodaticia y ecléctica forma de vivir y dejar vivir, pasaporte infalible para que ellos sigan delinquiendo al amparo del silencio general. Porque, es verdad, las gentes trabajadoras ya tenían bastante con trabajar, y ahora se les ha añadido la urgencia, casi imposible, de encontrar o mendigar un trabajo. Hay que entenderlas.
Será por ello que, harto de observar la codicia de prohombres que deberían velar por la honradez y dar ejemplo antes de enamorarse de la Suiza contable y arcana, el pueblo va reduciendo sus aspiraciones de justicia a tener una casa donde meterse y un trabajo, y a que le dejen en paz. Ha entendido que esta guerra es el pan comido de ellos, de los poderosos, y ya tiene inscrito al ganador final, y cualquier batalla decantada a favor del débil no va a pasar de un apunte breve e inútil en el libro de la historia.
Y en ésas estamos, oyendo el ruido de la corrupción, como si escucháramos llover, y de ahí que otras cuestiones tangenciales nos pasen por delante sin pena ni gloria. De manera que los, en este caso, beneficiados mantienen sus prebendas porque su estatus de privilegio interesa poco. O eso parece. Son los aforados, una casta española incardinada en una democracia que presume en exceso de serlo, una clase sin parangón en Europa o en Estados Unidos, una serie de tipos, como usted o como yo, paridos por donde paren las madres, que no son tratados como usted o como yo, sino con deferencia a la hora de rendir cuentas ante la Justicia. Si llegara el caso, lo cual vete a saber.
He aquí un déficit democrático de los que tanto se habla, una carencia vergonzosa en detrimento del pueblo llano. Observen la gravosa contradicción: Justicia especial para los cargos públicos, los que en rigor deberían estar sujetos a mayor vigilancia, los administradores, los que tocan y viven del dinero público…, y Justicia rígida, sin anestesia, para los que, dicen, son la fuente del poder emanado desde las urnas y bla, bla, bla. Más de 17.000 personas aforadas nos contemplan al resto como ciudadanitos de a pie. Son diputados, nacionales y autonómicos, senadores, jueces, defensores del pueblo –chúpate ésa– de toda cota geográfica, central y periférica, fiscales, magistrados de los tribunales Constitucional y de Cuentas… ¡con el abdicado a la cabeza!. Faltaría plus.
Ellos, la casta, niegan que se trate de un privilegio, pero es evidente que, si fuera un lastre, ya lo habrían suprimido. Bobos no son. Ésos estamos al otro lado. ¿Y qué ventajas tienen? Pues la garantía de que, ante un proceso judicial, no los juzgará un juez, sino un grupo de ellos, bien sea el Supremo, bien el Tribunal Superior de la respectiva autonomía. Y los diputados y senadores, además, no podrán ser juzgados sin que la Justicia obtenga previamente permiso de la Cámara correspondiente. Asimismo, la investigación de las causas de corrupción con aforados, generalmente complejas, recae en órganos que no están pensados para ello, que carecen de medios y cuyos magistrados, en muchas ocasiones, nunca han instruido un procedimiento.
En palabras del fiscal anticorrupción de Baleares, Pedro Horrach, que algo sabrá, el aforamiento es un obstáculo –legal, pero obstáculo–, para aplicar la justicia: primer obstáculo, un aforado no puede ser detenido, salvo en caso de delito flagrante, es un privilegio respecto al resto de ciudadanos. Segundo obstáculo, la investigación tiene que ser desarrollada por un instructor especial nombrado por el Tribunal Superior de Justicia. Hay que recordar que los miembros del Tribunal Superior son nombrados por el parlamento de cada respectiva Comunidad Autónoma. Por lo tanto, son los aforados quienes eligen no solo a quien les va a investigar sino también a quien les va a enjuiciar. Casi nada.
La condición de aforado pretendió en su día proteger la libertad de expresión de un político, algo que ya no tiene sentido. Si acaso, quien priva hoy a los políticos de expresarse libremente –por cierto, los inventores de las ruedas de prensa sin preguntas– suelen ser ellos mismos y sus propios partidos. Tampoco se detiene a nadie por su ideología…, en fin que estar aforado sólo sirve para diferenciar a una banda elitista de los ciudadanos de a pie, y demostrar, una vez más, que la Justicia no es igual para todos. Hasta puede que ese aforamiento ayude a posicionarse por encima del bien y del mal, y explique en parte la simpar cosecha de corruptos.
Por si todo ello fuera poco, asistimos frecuentemente a diversos incidentes protagonizados por políticos, cuyas consecuencias han sido bastante más livianas que si hubieran repercutido sobre ciudadanos anónimos. Realmente, hay una casta superior viva, militante, y usted no sabe con quién está hablando. ¿Les suena?
Notícies relacionades(Datos sobre corrupción en España: 1.700 causas abiertas en todos los niveles de la Administración, más de 500 imputados, pero ¡sólo veinte cumplen condena! Claro que son números oficiales, y si han cazado a éstos, imagínense los que deben de correr por ahí sin haber sido atrapados).
Atentos, queda mucho escándalo por descubrirse.