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alvar a una tortuga o proteger los nidos que plantan en la playa puede parecer una pequeña gota en la lucha por la conservación del medio marino, pero este efecto tiene un enorme poder multiplicador. Y más en una situación de emergencia climática que requiere pasar a la acción de manera inmediata en todo tipo de frentes. Así lo creen en la Fundación CRAM, con sede en El Prat de Llobregat, que trabaja para proteger la biodiversidad del Mediterráneo mediante acciones locales, cosa que la ha llevado a rescatar y devolver al mar más de 700 tortugas y 350 delfines en sus 25 años de historia.
Ahora, además, dan un nuevo impulso a su labor gracias a su participación en el proyecto Santander for the Seas, impulsado por Banco Santander con el objetivo de recuperar los mares y los océanos como punta de lanza en la lucha contra el cambio climático y sus efectos devastadores (como se está observando ya este verano con lluvias torrenciales e inundaciones). Gracias a esta iniciativa, el CRAM ha recibido una financiación de 45.000 euros para llevar a cabo un proyecto de dos años de duración que incluye diversos ámbitos de actuación.
Seguir protegiendo a las tortugas
En primer lugar, seguir con su labor de rescate, curación y devolución de las tortugas marinas (especialmente bobas o Caretta caretta en su nombre científico) lastimadas por la acción del hombre, tanto por contaminación por el plástico que acaba en el mar como por las redes de pesca abandonadas o prácticas ilegales. Una labor que ya contaba con la colaboración del programa de sostenibilidad de Fundación Banco Santander en los años 2016 y 2017, cuyo objetivo principal fue proteger las tortugas marinas que transitan y habitan en el Mediterráneo, mejorando su estado de conservación y estableciendo las líneas de desarrollo futuro para asegurar su preservación.
“Ahora, además de seguir en esta línea, llevaremos a cabo un programa de formación en los municipios para que todos los trabajadores que se mueven en el entorno de la playa sepan cómo actuar en el caso de una nidificación de tortugas. Además, fomentamos la innovación con proyectos para desarrollar incubadoras para huevos o una estación de incubación natural en la misma playa”, resume Montse Pal, responsable de ‘fundraising’ y comunicación del CRAM.
Algo vital, especialmente después de un verano muy agitado. “Hemos tenido el récord de nidos en las playas catalanas, con un total de cinco, y recientemente también hemos rescatado e ingresado en la clínica a cuatro tortugas lastimadas por redes de pesca”, añade Pal. Una situación que deja un panorama agridulce: mientras que cada vez existe una mayor concienciación y protección de los nidos que las tortugas plantan en la arena, la actividad humana sigue siendo la principal amenaza para el desarrollo de especies tan vinculadas al Mediterráneo como las propias tortugas o los delfines. “La situación es preocupante, pero desde el CRAM actuamos siempre bajo la esperanza de cambiar las cosas”, remarca su responsable de comunicación.
Un efecto multiplicador
En este sentido, salvar a una tortuga herida tiene un enorme efecto multiplicador, ya que el CRAM no solo se dedica a esta labor asistencial, sino también a la investigación, la sensibilización y la divulgación, con cerca de 40.000 visitas anuales a sus instalaciones, tanto de escuelas como de familias. Y esto es como plantar una semilla que se irá haciendo cada vez más fuerte. “Para nosotros significa no solo explicar nuestra labor, sino empoderar a cada persona que nos visita, con la esperanza de que suponga una inspiración para que cada uno aporte su granito de arena según sus capacidades. Que sean conscientes del impacto de sus acciones y que puedan soñar en cambiar las cosas”, comenta Montse Pal.
Algo que es cada vez más urgente si se quiere evitar la subida de la temperatura global por encima de los 2 grados, límite marcado por los expertos científicos para evitar catástrofes como la subida del nivel del mar, la pérdida de biodiversidad o la proliferación de fenómenos meteorológicos cada vez más extremos. Por eso, la humanidad tiene que pasar a la acción en dos frentes: reducción de las emisiones de dióxido de carbono y protección de los llamados sumideros de carbono, capaces de absorber CO2, como bosques y mares.
Los océanos son clave contra el calentamiento
En este sentido, asociaciones ecologistas como Greenpeace remarcan que los océanos “absorben el entre el 20% y el 30% del carbono procedente de las emisiones de CO2 y metano a la atmósfera, pero a cambio se vuelven más ácidos, lo que afecta a ecosistemas únicos y fundamentales para la vida de millones de personas”. Además, los mares proporcionan o regulan gran parte del agua de lluvia, el agua potable, los alimentos y los sistemas meteorológicos de nuestro planeta que dan sustento a los modos de vida de millones de seres vivos, incluidos los humanos.
Otra consecuencia del incremento de temperatura media del planeta es que las regiones polares se están derritiendo a unas tasas sin precedentes, alcanzando mínimos históricos en los registros de hielo marino en el Ártico. “Las capas de hielo son vitales para regular la temperatura de nuestro planeta ya que, junto a los océanos, absorben el 90% del exceso de calor del sistema. A medida que la temperatura de la superficie del mar aumente, la vida marina y los ecosistemas oceánicos sufrirán mayores desafíos”, remarcan en Greenpeace.
Por eso, si queremos frenar el calentamiento global y evitar un daño es preciso actuar ya. Una tarea para la que toda ayuda es poca, y para la que cualquier iniciativa que se ponga en marcha supone una importante contribución. De esta manera, Banco Santander contempla en su hoja de ruta “un pleno compromiso con la sostenibilidad, apostando con contundencia por proyectos dirigidos a preservar la salud del medioambiente, con el claro objetivo de liderar la transición hacia una economía verde”. El proyecto conjunto entre Santander for the Seas y la Fundación CRAM es un buen ejemplo de que pasar a la acción es la única forma de afrontar el reto mayúsculo de salvar el planeta.