“Queremos romper con la distopía vinculada a las ciudades del futuro”
Desde el 22 de marzo y hasta el próximo 11 de junio, el Palau Robert acoge la exposición Sueña la Ciudad, una muestra que exhibe un total de 51 iniciativas urbanísticas y arquitectónicas. La exposición mezcla un conjunto de imágenes que ayudan a imaginar un futuro urbano más optimista y más sostenible y lo hace a través de tres valores innegables: la Revolución Verde, la Revolución Digital y la Revolución de la Identidad. Además, en el marco de esta muestra, la Generalitat de Catalunya, juntamente con la consultora Ideas for Change y el laboratorio de innovación y participación ciudadana Lichen, ha celebrado un total de siete talleres para que los ciudadanos que estén interesados puedan aportar su visión y sus propuestas relacionadas con aspectos como la movilidad, el habitage y las zonas verdes de Barcelona. EL PERIÓDICO ha hablado con el comisario de la exposición, Roger Subirà, sobre el objetivo de la muestra y sobre el papel de los jóvenes en la construcción de las ciudades del futuro.
¿Cuál es el principal objetivo de la exposición?
Cuando empezamos a pensar en cómo tenía que ser la exposición aún estábamos en época de pandemia. Fue un momento de señalamiento a la población joven porque se reunían en las calles y hacían botellones. Se trata de una generación que ha ido encadenando crisis desde que nació. Un hecho que en los últimos años ha estallado en un problema generalizado de salud mental. Es por ello que queríamos enfocar la muestra pensando este sector de la población. A partir de aquí, queríamos hablar de las ciudades del futuro con una visión optimista. ¿Por qué?, pues precisamente porque la construcción que se ha hecho de la ciudad futurista en nuestra cultura, el cine, los videojuegos y las series, es la de una ciudad muy distópica. Un escenario dramático en el que se asume la hipótesis de que los problemas que tenemos en las ciudades actualmente, no se han solucionado.
Por ejemplo, The Last of Us narra cómo un hongo provocado por el cambio climático ha desencadenado una pandemia mundial que ha acabado con el mundo tal y como lo conocemos; o El Cuento de la Criada, que refleja un estado autoritario gobernado por la extrema derecha y por los detractores del derecho al aborto en Estados Unidos. Una vez, un profesor del colegio me dijo que la ciencia ficción sirve para direccionar la ciencia y, de alguna manera, eso es lo que queremos intentar a través de esta exposición. Para ello, los arquitectos trabajamos en una línea de valores que compartimos con la gente joven. Valores que hemos sintetizado en tres grandes grupos: todo aquello que tiene que ver con el tema medioambiental; todo aquello relacionado con las nuevas tecnologías; y todo aquello que va de la mano con el giro social de la arquitectura. En este último punto hablamos de feminismos, visión de género y diversidad, entre otros.
¿A parte de estas grandes temáticas, la exposición muestra proyectos concretos?
Sí. Esta es una exposición que habla sobre futuro e innovación en un momento en el que la arquitectura se expresa a través de renders. Cuando empezamos a pensar en cómo tenía que ser la exhibición, todos coincidimos en la misma idea: tenemos que enseñar proyectos reales porque sino la gente no conectará, es decir, dejémonos de imágenes fantasmagóricas de ciudades inventadas. Por tanto, lo que hemos hecho en estas tres grandes salas es escoger un total de 51 proyectos expresados en pantallas, en todo tipo de material audiovisual, sin planos ni material técnico, y los hemos acompañado de pequeños comentarios. La innovación es el denominador común en todos los proyectos que se muestran en la exposición y, de alguna manera, nos pareció que podían ser relevantes y que podían ayudar a generar un nuevo imaginario de cómo pueden ser las ciudades del futuro.
En la exposición se habla de tres grandes revoluciones –la verde, la digital y la de la identidad–, ¿en qué punto cree que está Barcelona en cada uno de estos ámbitos?
Creo que Barcelona y los arquitectos que trabajamos aquí estamos alineados con los tres. Otra cosa es que seamos capaces de conectar con la gente y de explicar el valor y la apuesta que está haciendo Barcelona en relación al medioambiente, a través, por ejemplo, de las superilles.
Desde el punto de vista de la revolución digital, es ineludible hablar de metaverso. De hecho, en la exposición se presenta una ciudad en el metaverso que realmente funciona: en la que puedes comprar un espacio donde vivir y hay un parlamento en el que se decide donde invertir el dinero que la gente paga de alquiler: en financiar ‘start-ups’, comprar NFTs…
Desde el punto de vista de género e identidad, es sencillo de explicar. El urbanismo que acarreamos del siglo XX es un modelo en el que el centro, tanto físico como de interés, es producir, donde prevalecen los negocios, los bancos, los centros comerciales y el turismo, y en el que todo aquello que tiene que ver con el cuidado, históricamente asociadas al rol femenino, se sitúa en la periferia y en lugares escondidos. Por lo tanto, se trata de rediseñar las ciudades para que todas las experiencias vitales encuentren su espacio por igual: no solo la persona en plenas capacidades, tanto físicas y psíquicas como desde el punto de vista de edad, sino también los niños, la gente mayor, las personas migradas y las personas con diferentes capacidades. La ciudad tiene que pensarse para ellas y, hasta ahora, no se ha hecho así.
“El urbanismo que acarreamos del siglo pasado prioriza un centro productivo, donde prevalecen los centro comerciales, los bancos y el turismo y relega a la periferia todo aquello que tiene que ver con el cuidado”.
¿Qué peso ha tenido el montaje en la exposición?
El diseño del interior de la exposición es obra de Isern Serra, quien ha hecho un trabajo espectacular de interpretación dentro del discurso del comisariado. Además, Serra ha sabido, a través del montaje, explicar una cosa que me parece muy importante. Muy a menudo señalamos a los jóvenes porque tienen poco interés en la arquitectura, pero no es verdad. Los jóvenes son capaces de convertir en relevantes cosas en la arquitectura que habían quedado olvidadas. Por ejemplo, algunas arquitecturas de Ricardo Bofill se han convertido en el talón de fondo de sus redes sociales y esto se sintetiza con este nuevo objetivo: que algo sea instagrameable. Por lo tanto, ha sabido conectar unos espacios divertidos, que explican una idea, con esta fotogenia tan importante para las nuevas generaciones.
Cambiando de tema y centrándonos en el proyecto de talleres Ciudades Soñadas, ¿cuál cree que es el objetivo de estas jornadas?
Es obligatorio que los arquitectos hagamos y lideremos proyectos de participación ciudadana a la hora de llevar a cabo transformaciones del espacio público. Sin embargo, muchas veces la sociedad avanza de forma más rápida que los planes académicos y el resultado es que no vemos estos procesos participativos. Cuando tuvimos esta oportunidad con EL PERIÓDICO pensamos que era perfecto. Es muy importante contar con la ciudadanía para transformar la ciudad. No obstante, también tenemos que educar a la ciudadanía en la participación y, muchas veces, hemos sido los propios arquitectos quienes no lo hemos hecho bien. Que empiecen a haber cada vez más equipos expertos en participación, que trabajen con un lenguaje didáctico es una buena noticia.
En muchas ocasiones confundimos cosas y pensamos que los procesos participativos se basan en un diseño participativo y esto no tiene por qué ser así. Ya sea por falta de tiempo o de ganas de la gente, suelen acabar siendo las mismas personas las que participan en estos procesos. Hacerlo, como en estos casos, de forma más lúdica y sin ningún compromiso, puede ser un paso intermedio para participar en procesos ciudadanos.
¿Cree que se tiene en cuenta suficientemente la opinión de los más jóvenes a la hora de pensar en proyectos urbanísticos?
No. Tenemos una obsesión en diseñar espacios para perros, espacios para niños, espacios, incluso, para gente mayor, pero el sector de la gente joven ha quedado abandonado. Por tanto, el uso que hacen los jóvenes del espacio público es fruto de no tener unos espacios específicos. La realidad es que sus espacios de ocio se basan en el consumo: van al centro comercial porque es un sitio donde la gente no les molesta ni los señala por hacer ruido. O espacios concretos que han colonizado, como la plaza del MACBA y el patio del CCCB. No les dejamos que se sitúen y, además, los señalamos porque les hemos dado una herramienta tan potente como el teléfono móvil, pero constantemente les estamos diciendo que no la pueden usar.
Algo que se junta con el hecho de que será una generación que vivirá peor que sus padres y que la idea de progreso no la tienen nada clara. Creo que tenemos que hacer un esfuerzo para reconectarlos y escucharlos más. Desde un punto de vista urbanístico, tenemos que encontrar espacios en la ciudad donde puedan divertirse como ellos quieran, porque tiene derecho y porque este nuevo concepto de ciudad feminista también contempla el poder jugar, bailar, ligar, escuchar música. Y si todos los ciudadanos tenemos derecho a hacerlo a nuestra manera, ellos también.
El próximo domingo 28 de mayo se celebran elecciones municipales, ¿cuáles cree que son las principales demandas de la ciudadanía de Barcelona en relación a las políticas urbanísticas?
Creo que esto se está viendo en la campaña. La ciudadanía está en un nivel de polarización muy fuerte. No nos olvidemos de que los grandes fracasos electorales que hemos visto en Barcelona han estado vinculados a transformaciones de grandes arterias de la ciudad: la Diagonal y Passeig de Gràcia, por ejemplo. Por lo tanto, creo que si el resultado de las elecciones es positivo en relación a las transformaciones que se han estado llevando a cabo, significará que las cosas se están haciendo bien. En general, es difícil identificar las demandas ciudadanas, porque unos dirán que paren y otros que hagan más, no hay medias tintas.